La Deuda

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Bien, he decidido crear un blog aparte del de Nozomi Sekai (blog íntegramente dedicado al ocio) para hacer un apartado de mis creaciones literarias.

Y para estrenar este blog, pues les dejo aquí un cuento de terror. Espero que sea de su gusto.

La Deuda




Ese día de Halloween había sido esperado con muchas ansias por los hijos del matrimonio Glass; Bianca, Richard y Tanya, tres niños rubios de 12, 8 años y 4 años, respectivamente. Bianca le había pedido a su madre que le consiguiera el disfraz más bonito y caro de una princesa, ya que así la llamaba dulcemente su padre, desde que ella pudiera recordar. Richard, más modesto, había deseado un disfraz de la clásica calabaza de Halloween. Tanya, por ser la más pequeña, llevaría un traje de brujita que años atrás había usado su hermana mayor. 

Los esposos Glass, Mary y Joseph, tenían varias deudas de dinero con su tío, Henry Usur, por varios préstamos que éste les había hecho con anterioridad. Algunas de estas deudas habían sido para mantener el hogar. Otras, fueron destinadas para mantener el vicio de la bebida del padre y el del juego de la madre.

Hasta el mes de Octubre, el matrimonio Glass le tenía pendiente de pagar al Sr. Usur. Como se acercaban las fiestas de Halloween, siempre para estas fechas, los Glass les compraban disfraces nuevos para sus hijos. Sin embargo, los mayores gastos de este mes se daban debido a la superficialidad de los esposos, quien, ante la cercanía de las fiestas de Halloween, habían decidido irse de juerga a Las Vegas y recordar los buenos tiempos de cuando eran solteros. 

Henry Usur era conocido en su ciudad por ser una persona usurera, poco sociable, huraña y, sobretodo, intolerante. Sin embargo, con los Glass, por ser sus parientes, había sido bastante paciente y había accedido más de una vez a la petición de sus sobrinos de que les esperara un tiempo para que le cancelaran su deuda. 

Sin embargo, desde hace algún tiempo, la salud del Sr. Usur no había sido del todo óptima. El anciano hombre, viudo, sin hijos y sin seguro médico, había echado mano de sus ahorros para correr con los grandes costos que el tratamiento médico a su extraña enfermedad le requería. Los únicos parientes cercanos que tenía en la ciudad eran los Glass, quienes sólo habían ido a visitarle en los últimos años para pedirle dinero, aún sabiendo del deterioro de la salud de su tío. 

Con la disminución alarmante de su dinero, Henry Usur se encontraba preocupado porque el médico le había dicho que tenía que someterse a una operación urgente en el extranjero, si es que quería seguir con vida. 

Resuelto a que ya era hora de que sus sobrinos le cancelaran lo que le debía, el Sr. Usur había decidido hacerles un último pedido a sus parientes y, de este modo, contar con el dinero suficiente para su operación. Caso contario, muy a su pesar, les había comunicado que iba a tomar acciones legales al respecto. 

La última comunicación que se había dado entre los señores Glass y Henry Usur había sido el 30 de octubre. Ese día, el tío decidió llamar a sus sobrinos y fue muy enfático en sus exigencias. María, como cariñosamente llamaba el anciano a su sobrina, no se inmutó ante sus ruegos. Todo lo contrario, le informó que ella y su esposo tenían múltiples gastos en su hogar, sobretodo con los disfraces de sus hijos las festividades de Halloween.

En la conversación que tuvieron, Mary Glass con su tío, no llegaron a ningún acuerdo. Más aún, María se había jactado ante el anciano que ella y su esposo gastaría el dinero que tenían en cosas superfluas como los casinos y juergas de Las Vegas, aprovechando el fin de semana largo que se aproximaba.

El viejo hombre, indignado ante la respuesta de su sobrina, había estallado en una gran cólera que por poco le causa un infarto. 

Lo último que Mary Glass escuchó, al otro lado de la línea telefónica, fueron los ruegos de su tío hacia ella diciéndole ¡Quiero mi dinero! Ella, sin inmutarse y soltando una gran carcajada, desconectó el teléfono ese día para que su tío no insistiera en sus exigencias.



Al día siguiente, muy temprano, Mary se despertó ante la insistente llamada a la puerta de su casa. Una señora de mediana edad se presentó como la Sra. Sybil Floyd, asistente de su tío Usur. Mary creyó que, por enésima vez, su pariente quería exigirle el cobro de sus deudas, pero estaba equivocada. La mujer le comunicó que el anciano había fallecido en horas de la tarde de ayer, producto de un infarto que le colapsó el corazón. Asimismo, le señaló que los funerales serían esa misma tarde y que el entierro sería en la mañana del 01 de Noviembre.

Mary, lejos de sentir alguna lástima por la ida del anciano, se sintió aliviada. ¡Sus deudas económicas habían desaparecido con la marcha del tío Usur! Y aún más, cabía una ligera posibilidad que, al ser la única pariente de su tío, fuera la heredera universal de los bienes de aquél.

Sintiéndose embargada por una gran codicia, Mary hizo uso de la hipocresía que la caracterizaba. Tratando de disimular la pérfida sonrisa que se dibujaba en su rostro, la Sra. Glass preguntó a la asistente de su tío si éste había dejado algún testamento. La señora Floyd, asombrada por el descaro y ambición de la mujer, le comunicó que desconocía de ello y que, de ser afirmativo, el abogado de su tío se pondría en contacto con ella.

Llena de felicidad, Mary despidió a Sybil Floyd. Luego de ello, cogió el móvil y llamó a su marido al trabajo para contarle “la buena nueva”.

Ya más tarde, la Sra. Glass se encontraba en los preparativos de disfrazar a sus hijos para acompañarlos en su típica travesía de Halloween “Trato o truco”. 

Antes de salir con sus hijos a las casas de su vecindario, Mary le informó a su hija mayor, Bianca, del fallecimiento del tío Usur. La niña, muy contrario a la madre, sintió pesar ante esa noticia. Ella recordaba que, no hace muchos años, el viejo hombre había ido a su casa por su cumpleaños y siempre había sido generoso con ella y con sus hermanos, reemplazando, de este modo, a los abuelos que ella nunca había llegado a conocer. Sin embargo, desconocía el motivo del distanciamiento del tío “Usu” como ella cariñosamente lo llamaba.

Horas después, Mary salió con sus tres pequeños hijos a acompañarlos a recorrer el barrio, disfrazados con motivos de Halloween, pidiendo dulces a los vecinos. 

Ya de regreso a casa con sus hijos y esperando la llegada de su marido del trabajo, la Sra. Glass se dispuso a dejar todo listo para su viaje a Las Vegas. Dejó a sus hijos viendo en la televisión dibujos animados con la temática de la noche de brujas. Empacó cuidadosamente la ropa de ella y de su marido en una maleta. El equipaje no era abundante, ya que los Glass sólo pasarían dos días fuera de su casa.

Mary se sentía muy cansada por toda la jornada que había tenido ese día. Puso a calentar el agua de la bañera, ya que, con el avance del otoño, la temperatura en la ciudad había disminuido. 

De regreso a su habitación, Mary se dispuso a coger la bata de baño y dos toallas blancas. Cuando volvió al baño, la habitación estaba llena de vapor debido al calentamiento del agua de la bañera. No le tomó más de quince minutos asearse debidamente. 

Ya cuando ella salió de la bañera, sintió que, a pesar de que el grifo seguía botando agua caliente, el vapor y la temperatura agradable de la habitación había disminuido. Asombrada por lo que ocurría, Mary cogió lentamente la toalla y procedió a secarse el cuerpo, tratando de no tomarle importancia a lo que ocurría. Posteriormente, cuando tomó la secadora de pelo, volteó para mirarse en el espejo del baño y comenzar a secarse el cabello. Grande fue su sorpresa al ver lo que sus ojos le mostraban:
Encima del espejo empañado de vapor, escrita con letras mayúsculas y visibles a su vista, se encontraba escrito: ¡QUIERO MI DINERO!

Con un grito desgarrador, Mary soltó la secadera de pelo al suelo, salió corriendo del baño y bajó las escaleras hacia la planta inferior de la casa. 

Sus hijos, que se encontraban viendo la televisión en el salón familiar, se levantaron rápidamente sobresaltados por los gritos de su madre. En esos instantes, Joseph Glass llegó a su casa y fue testigo de la escena de los ataques de histeria de su mujer.

Mary, en estado de shock y con la respiración agitada, fue a la cocina a tomar algún cuchillo para defenderse del “intruso” que había osado entrar en el baño y gastarle esa “broma”.Joseph la llamaba gritándole por su nombre, seguido por sus hijos que lloriqueaban y trataban de calmar a su madre. Mary revolvía los cajones de la cocina desesperadamente, sin percatarse de la presencia de sus familiares.

El señor Glass, enérgicamente, tomó a su mujer de sus brazos y le exigió que le dijera qué estaba ocurriendo. Ante los reclamos de su marido, Mary se tranquilizó medianamente y trató de respirar profundamente. Luego, le explicó lo que había visto en el baño.

Ordenándoles a sus hijos que entraran a sus dormitorios y no salieran de ellos, Joseph Glass con su mujer se dirigieron a los servicios higiénicos del segundo piso. Mary se negó rotundamente a entrar en la habitación, no sin antes advertirle a su esposo que tuviera cuidado.

El señor Glass, dispuesto a acabar con toda esa charada, abrió cuidadosamente la puerta del baño. Entró lentamente a la habitación y dirigió su vista al espejo que se encontraba a su izquierda. ¡Nada! ¡No había ninguna señal de alguna “escritura” sobre él!

El hombre revisó cada rincón del baño. Posteriormente, y con su mujer siguiéndolo a unos pocos metros, examinó cada rincón de la casa. No había señal alguna de que las ventanas o puertas de la morada hubieran sido forzadas; menos, algún indicio de que otra persona, aparte de ellos y sus hijos, hubiera estado ahí y fuera el culpable de los miedos de su mujer. 

Ya más tranquilos, el señor Glass trató de explicarle a su mujer que seguro todo lo que había visto era producto de su imaginación, debido a los acontecimientos previos que habían ocurrido y que, seguro, estaba condicionada a la muerte reciente del tío Usur. Mary, ya más tranquila y con la lógica del marido, se repetía a sí misma que todo lo que había observado había sido inventado por su inconsciente.

Joseph Glass, tratando de cambiar el tema, le preguntó a su mujer para qué hora estaba programado el vuelo para Las Vegas. La señora Glass se fijó con ansiedad en el reloj de la pared de su dormitorio y observó que sólo quedaba una hora para la partida del avión.

Con las cosas acumuladas y lo corto del tiempo con el que contaban, los Glass se dispusieron a llamar a la niñera que aún no llegaba para cuidar a sus hijos. La vecina de a lado, Judy Troy, al responder su móvil, se disculpó de no poder ayudarlos, ya que había tenido un problema familiar de último momento.

Los Glass, sin niñera a la mano, llamaron a otros amigos cercanos para que pudieran cuidar a sus niños, pero todos se negaron, ya que tenían compromisos y reuniones debido a la noche de Halloween. Mary Glass estaba intranquila ante esa situación, pero Joseph le hizo saber que no tendrían otra oportunidad de viajar, de disfrutar de la juerga y los casinos hasta ya llegadas las celebraciones de fin de año. De este modo, le sugirió que su hija mayor, Bianca, de doce años, ya podía fungir de niñera de sus hermanos menores. 

La niña se sintió orgullosa de que sus padres le informaran que era lo suficientemente “señorita” para que cuidara a sus hermanos. Mary, aún dubitativa de la decisión que estaban tomando ella y su esposo, le hizo un sinfín de recomendaciones a Bianca, no sin antes despedirse, llenar de besos y abrazos a sus tres hijos, y decirles que se acuesten temprano. 

Con la ida de sus padres, los pequeños Glass sintieron que estaban en una fiesta, dispuestos a hacer todo lo que sus progenitores les tenían prohibidos. Bianca decidió que podían ver la maratón de películas de Halloween, “Pesadilla en Elm Street” y “Saw”, hasta muy entrada la madrugada. Sus hermanos pequeños, Richard y Tanya, gritaron al unísono ¡Sí! cuando su hermana mayor les informó su decisión.

Bianca se dispuso a preparar palomitas en el microondas para tener qué comer durante su jornada televisiva. Richard se dirigió a su dormitorio, en la segunda planta de la casa, para ponerse la máscara de Scarface, y hacerles una broma pesada a sus hermanas para asustarlas. Mientras, Tanya fue al baño del primer piso a orinar.



Bianca, luego de dejar la bolsa de palomitas y programar el microondas el tiempo necesario para su preparación, se dispuso a buscar la gaseosa en el refrigerador. Colocó en una bandeja tres vasos vacíos a los que procedió a llenar de Coca Cola. Con la bebida en las bandejas, cuidadosamente, los llevó a la sala para ponerlos en la mesita frente al televisor.

La niña tomó el mando del televisor y estaba buscando en la programación el canal donde recordaba que echaban las películas de “Saw” esa noche. Cuando estaba haciendo zapping, la señal de la televisión se perdió y dio lugar a una lluviosa pantalla. 

Molesta de que la señal del cable se perdiera, la pequeña Glass se levantó de su cómodo sofá y se dirigió al decodificador que estaba al lado del televisor de la sala. Tratando de averiguar el motivo de la pérdida de la señal, Bianca se dispuso a verificar los cables que unían el televisor con el deco. Tan concentrada como estaba en su labor, no se percató que la pantalla lluviosa de la televisión daba paso a formar una extraña silueta humanoide. 

¡Quiero mi dinero! se escuchó en el ambiente. Dichas palabras rompieron la concentración de la niña, quien se mostró asombrada a lo que sus oídos le decían. Pronto, desvió su mirada de los cables traseros de la televisión a la pantalla de éste.

¡Quiero mi dinero! oyó nuevamente Bianca, mientras sus ojos horrorizados se daban cuenta que la voz provenía de la silueta gris que se veía en la televisión. La joven Glass pegó un grito de terror ante lo que presenciaba.

La niña, desesperadamente, hizo click nerviosamente en todos los botones del mando de la televisión para cambiar aquella escena espeluznante. Todos sus esfuerzos eran inútiles. Por más que cambiaba a cualquier canal, la misma silueta fantasmal se visualizaba dentro de la pantalla de la televisión. 

¡Quiero mi dinero! exigió más enérgicamente la figura dentro de la televisión. Bianca, desesperadamente, se acercó raudamente a la pared donde estaba el punto de conexión eléctrica. Llena de un pánico que nunca había sentido en su corta vida, desconectó el cable de la televisión para así, de este modo, ponerle fin a esa escena terrorífica que estaba presenciando.

Sin embargo, sus intentos fueron en vano. La “presencia” televisiva seguía ahí, sin afectarle que se hubiera cortado la alimentación eléctrica al televisor, gritando una y otra vez con una voz tenebrosa ¡Quiero mi dinero! ¡Quiero mi dinero!

Bianca, llena de pavor, gritó histéricamente, llamando a sus hermanos, mientras corría lejos de la sala en busca de ellos.



Tanya, con su muñeca Barbie en su mano, había ido al pequeño baño de visitas que se encontraba a unos metros de la cocina.

Ella se sentía orgullosa de que ya pudiera acudir sola a hacer sus necesidades fisiológicas. Más de una vez, meses atrás, sus padres le habían regañado porque había tenido un pequeño “descuido” en las noches, mientras dormía, ensuciando su cama. 

Ya desde hace algunos días, sin embargo, el panorama había cambiado. ¡Ella ya no necesitaba de la ayuda de nadie para acudir al baño en las noches! ¡Era lo suficientemente grande para hacerlo! Y hoy, no era la excepción.

A pesar de la hora avanzada que era, estaba despierta, pero eso no le impedía de acudir por sí misma a los servicios higiénicos. De ese modo, Tanya entró en el baño, cerró la puerta, para luego colocar a su muñeca encima del pequeño mueble de aseo personal que se encontraba a la izquierda, mientras se disponía a orinar.

Luego de hacer sus necesidades fisiológicas, Tanya jaló de la perilla del water, cuando un pequeño sonido la distrajo. Después del ruido característico del agua corriendo en el water, la niña escuchó, pero ahora con más claridad, unas palabras. 

Dirigiendo su vista a donde sus oídos le indicaban la procedencia de las palabras ininteligibles que había escuchado, la niña se percató que ellos provenían de la muñeca Barbie. Con curiosidad, tomó a la muñeca en sus brazos, para luego escuchar nuevamente las palabras que antes había oído, pero ahora con una total y espantosa claridad.

¡Quiero mi dinero! oyó Tanya que la muñeca manifestaba.

Con un grito de horror, la niña dejó caer el juguete en el suelo, mientras bramaba desesperadamente el nombre de sus hermanos y salía aceleradamente de la habitación. La muñeca Barbie en el suelo, seguía exclamando, pero ahora con más fuerza e insistencia que antes: ¡Quiero mi dinero! ¡Quiero mi dinero!




Richard, como todo niño inquieto de su edad, se caracterizaba por siempre hacerles bromas pesadas a sus hermanas y aquél día no sería la excepción. Había decidido que esa noche de Halloween era la ocasión perfecta para hacerles un buen susto a Bianca y a Tanya.

La máscara de Scarface, el asesino de las películas de “Scream”, era de sus máscaras favoritas. Y ahora, el niño estaba resuelto a disfrazarse de Scarface para ir a pedir caramelos junto a sus hermanas.

Luego de la jornada de Halloween, él había guardado estratégicamente la máscara mencionada para, en horas de la noche, usarla para asustar a sus hermanas cuando se encontraran durmiendo. Con sus padres de viaje, ese era el momento ideal para hacer una más de sus diabluras, ya que sus travesuras no se verían expuestas a que sus padres lo retaran por ello.

Como ratón suelto ante la ida de un gato, Richard subió rápidamente las escaleras y fue rápidamente a su dormitorio. Buscó debajo de su cama la máscara de Scarface que maliciosamente había escondido horas antes. 

La máscara se encontraba dentro de una bolsa negra junto a otros dulces que había recogido ese día. Ansiosamente, el niño sacó la máscara de dicha bolsa, la tiró encima de la cama. Luego, buscó unas arañas de goma que estaban dentro de una caja de juguetes al otro lado de la habitación. 

El pequeño Glass se sentó en el suelo y abrió la caja de juguetes. Sacó varios trastos que tenía dentro, como caramelos, un trompo y un pequeño tren de plástico. Finalmente, encontró las arañas de plástico que estaba buscando para hacer sus travesuras, cuando, en esos instantes, escuchó que alguien hablaba. Richard volteó su cabeza en dirección a la puerta de su dormitorio, creyendo que era una de sus hermanas que lo llamaba. Grande fue su sorpresa cuando al dirigir su mirada a la entrada de su habitación no había nadie. 

¡Quiero mi dinero! escuchó el niño. Con curiosidad ante las extrañas palabras que oía, Richard se levantó del suelo y salió de su dormitorio para descubrir quién le hablaba. Sin embargo, al verificar en los pasillos del segundo piso de la casa, pudo descubrir que, extrañamente, aparte de él, no había nadie más ahí.

Creyendo que era una broma de sus hermanas, Richard se dispuso a llamarlas por sus nombres. En esos instantes, nuevamente, escuchó que alguien le decía, pero ya con una voz más grave ¡Quiero mi dinero!

Desconcertado por la voz tan ronca que escuchaba y que, sin ninguna duda, no provenía de sus hermanas, el niño intentó descubrir el origen de esa voz. Sus oídos le indicaron que venían de su dormitorio.

Lentamente y con mucho temor, el pequeño Glass regresó a su alcoba y buscó de dónde venía esa extraña voz. 

¡Quiero mi dinero! volvió a escuchar. Con espanto, el niño contempló que la máscara de Scarface, que había dejado momentos antes sobre su lecho, cambiaba su expresión a una mucho más terrorífica que la máscara inicial, mientras sus fauces se movían y, gritaban una y otra vez ¡Quiero mi dinero!

Richard vociferó angustiosamente, lleno de pavor ante lo que había atestiguado, mientras salía velozmente de su dormitorio como alma que le lleva el diablo.



El matrimonio Glass llegó el primero de noviembre en horas de la tarde a su morada. Mary había estado muy nerviosa, ya que había olvidado decirle a su hija Bianca que conectara el teléfono de la casa, el cual ella había desconectado días antes, luego de la conversación telefónica que tuvo con su difunto tío Usur.

Como había insistido en llamar a su casa para saber cómo se encontraban sus hijos, sin obtener respuesta alguna, los Glass decidieron tomar el primer vuelo de regreso de Las Vegas. 

Los esposos ingresaron a su casa y se sorprendieron de la quietud que se encontraba. El escenario ante ellos era de lo más extraño. Sobre la mesa de la sala se encontraba una bandeja con tres vasos de gaseosa llenos. 

Al ir a la cocina, el matrimonio se percató que la casa olía a podrido. Con sorpresa, encontraron que dentro del microondas de la cocina había un bowl de palomitas de maíz sin recoger, duras y algo quemadas.

Preocupados ante aquella extraña escena, los esposos Glass recorrieron el resto de las habitaciones de la casa buscando a sus hijos, llamándolos por su nombre en forma angustiosa, sin obtener respuesta alguna. 

Los Glass buscaron en todas las estancias del primer y segundo piso de su morada, de modo infructuoso. Sólo quedaba por indagar en el sótano de la vivienda. Joseph Glass, acompañado de su mujer, bajaron las escaleras lentamente al nivel más bajo de su casa. 

La escena que vieron era espantosa. Bianca y Richard tenían una cara de horror, los ojos salidos de su órbita ocular, la cabeza destrozada con los sesos al descubierto. La sangre que salía de sus cuerpos estaba coagulada, como prueba que su cruel muerte había sucedido varias horas antes
Mary soltó un chillido de horror ante lo que vio. Tomó los cuerpos de sus hijos y los abrazó, mientras sollozaba fuertemente, con un dolor que le desgarraba el corazón y gritaba ¿Por qué? ¿Quién les hizo esto?

¿En dónde está Tanya? preguntó la mujer, mientras seguía llorando desconsoladamente junto a los cuerpos de sus niños.

Joseph, que no salía del estado catatónico en el que se encontraba, observó metros más allá, a su derecha, algo que llamó su atención. 

Mary ¡mira esto! exclamó el hombre llamando a su mujer. 

La señora Glass dejó los cuerpos de sus dos hijos a un lado y se dirigió dubitativamente a donde su marido le indicaba. 

El arma asesina que había sido usado para acabar con la vida de sus hijos era un hacha ensangrentada que se encontraba tirada a pocos metros de donde su marido estaba situado. 

Pero lo que más llamó la atención de la mujer y le dio un poco de alegría dentro lo poco que cabía, era ver a su hija Tanya jugando tranquilamente con su muñeca Barbie, con la máscara de Scarface sobre su rostro.

Tanya, cariño ¡estás a salvo! ¡Gracias a Dios! gritó la señora, mientras corría a abrazar a su hija.
La niña dejó sus juegos espontáneamente al ser interrumpida por su madre.

¿Estás bien, hijita? ¿Nadie te hizo daño? ¿Sabes quién les hizo esto a tus hermanos? —preguntó desesperadamente Mary a su pequeña hija.

La niña, se quitó la máscara de Scarface y con una cara con una expresión indescifrable, respondió tranquilamente a las preguntas de su madre: Por supuesto, María ¡La deuda está pagada!

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Obra registrada en Safe Creative con Número: 1203031233853 el 03 de Marzo del 2012.

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